Innovena Día 7
Día séptimo
Como era de esperarse, esa idea no funcionò.
Encontrar formas de agregar valor a un producto es una de las acciones recomendadas por muchos expertos para asegurar más ventas o más fidelidad de los clientes. Pero no siempre es una forma eficiente para lograr estos resultados. Como el título dice, hay una ruta mejor. Esa ruta mejor es incrementar valor.
Y acaso ¿No es lo mismo?
No necesariamente. Veamos.
Cuando se habla de “agregar“ valor a los productos, en muchos casos estamos hablando de ofrecer más cosas al cliente. Probablemente nos referimos a alguna de estas acciones:
Pero estas acciones tienen un problema intrínseco: normalmente están asociadas con mayor gasto de recursos.
¡Claro que podemos entregar un teléfono con mayor memoria! Pero eso cuesta (dinero).
¡Claro que podemos abrir personalmente la puerta de nuestro restaurante y saludar a cada cliente! Pero eso cuesta (tiempo).
¡Claro que podemos diseñar una etiqueta personalizada para agregar a cada producto! Pero eso cuesta (dinero y tiempo).
De manera que cuando se habla de agregar valor, suele significar: hagamos un producto más robusto, más sofisticado o con más funciones (lo que no necesariamente significa más funcional), o regalemos cosas extra por el mismo precio.
Es claro que esta ruta hace más atractivo un producto. Pero suele ir en contra del negocio, ya sea porque aumenta los costos, o porque hace el producto más difícil de vender al aumentar su precio.
Imagine que yo vendo hamburguesas. Y que para diferenciarme en el mercado, decido que voy a incluir un postre con cada hamburguesa que vendo. He aumentado el valor de mi oferta a ojos del cliente ¿Cierto? Ahora no solo recibe la misma hamburguesa de antes sino que recibe algo adicional. En este sentido, el cliente debe estar feliz.
Pero… ¿Qué pasa con la imagen que el cliente tiene de mi producto? Es posible que, en la mente del cliente, un hamburguesa que necesita de un regalo para poderse vender, no sea una hamburguesa de primer nivel. Es bastante probable que, a pesar de ser un gran producto, nuestra hamburguesa sea ahora percibida como un producto promedio.
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Si. Justamente de eso hablamos hoy.
Podemos llamar a esa alternativa: INCREMENTAR VALOR.
¿Qué quiere decir?
Quiere decir que podemos dar una mirada diferente al producto y re-posicionarlo.
¿Cómo se hace esto? Veamos dos rutas…
En la primera ruta lo que hacemos es comenzar por “re-conocer” nuestro producto. Esto quiere decir hacernos preguntas sobre la naturaleza de nuestro producto y lo que realmente el cliente busca al comprarlo. Son preguntas como:
¿Qué es lo que el cliente compra cuando compra un traje además de poder vestirse?
¿Qué es lo que el cliente compra cuando compra una hamburguesa además de quitarse el hambre?
¿Qué es lo que el cliente compra cuando compra un plan turístico además de poder viajar?
Estas preguntas pueden parecer obvias pero tienen su truco. Cuando una persona compra un traje es obvio que compra algo para vestirse. Pero, como todos ustedes saben, nadie compra simplemente algo para vestirse. También compra algo que le haga sentirse bien consigo mismo, que realce su auto-estima, que disimule una que otra imperfección en su figura, que resalte aquellos aspectos positivos, que le haga sentir cómodo, pero también que le haga sentir importante, o atractivo, o interesante, o exitoso, o fuerte o…
A medida que profundizamos en las razones por las que un cliente compra nuestro producto, aparecen una nuevas y muy interesantes rutas para agregar valor. En vez de regalar una cartera con cada traje que compren, quizá debo regalar un poco más de “belleza”, “fortaleza”, “seguridad”, “éxito”, “aceptación” o cualquier otro de los componentes o atributos “escondidos” de nuestro producto.
Este camino incrementa el VALOR real, ya que al no ser una adición externa (como en el caso del postro que regalamos con nuestra hamburguesa), hace intrínsecamente más valioso el producto.
La tarea que usted, querido lector, tiene ahora es:
Piense en su producto actual. Piense en todo aquello que el cliente realmente compra cuando lo compra. Esto le permitirá identificar los atributos o componentes “escondidos” del producto.
Acto seguido, hágase preguntas del estilo:
¿Cómo podría duplicar la cantidad de “Componente escondido No. 1” en mi producto? (Repita la pregunta para cada uno de los otros componentes escondidos)
Con este corto proceso, puede descubrir formas de incrementar el valor del producto sin agregar costos ni afectar la imagen del mismo.
Experimentos interesantes de laboratorio han demostrado que las personas perciben el sabor de una comida dependiendo de:
– El momento en que la comen
– El precio que creen que costó
– El lugar en el que la comen
– La presentación del plato
Entre otras muchas variables.
Si. Es posible. Y es muy frecuente
La pregunta que se nos debería ocurrir es:
El poder de esta estrategia se entiende cuando recordamos que el valor es algo subjetivo. Cualquier producto que vendemos tiene un valor distinto para cada uno de los clientes (o posibles clientes). ¿Y de qué depende ese valor? Una buena parte depende de los atributos “duros” del producto: sus prestaciones, sus funciones, sus capacidades, sus beneficios. Pero otra parte importante depende de una valoración subjetiva que hacemos del mismo: las emociones que me produce la interfaz, la valoración de otros, el escenario que rodea la entrega y el uso, etc.
Es en este frente donde hay increíbles posibilidades para incrementar el valor percibido del producto. Las preguntas que nos pueden hacer encontrar rutas para este incremento son de este estilo:
¿Qué “trucos” puedo usar para que el cliente sienta que mi producto es algo increíble?
¿Cómo puedo hacer que mi producto valga el doble sin agregarle nada?
¿Cómo puedo hacer que mi cliente compre mi producto por “amor” y no por necesidad?
La tarea que le queda, querido lector, es hacer una sesión de ideación usando alguna o todas las preguntas anteriores u otras similares que se le ocurran.
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De esta sesión de ideación podrían salir formas innovadoras para incrementar el valor del producto. Formas que usted no ha previsto y que, probablemente, costarán muy poco. O nada.
Guillermo Solano
Director de Centro de innovación (www.centrodeinnovacion.com) y creador de la metodología WakeUpBrain para acelerar procesos de innovación usando juegos. Ha diseñado varios juegos comerciales y escribe en su blog www.jugarparainnovar.com
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Actualmente a la mayoría de las personas les parece difícil generar ideas originales que la organización, su jefe y equipo esperan a la hora de solucionar un desafío, abordar cambios, crear nuevos productos o hacer su labor de manera más eficiente. He escuchado decir a las personas frases como: “A mí no se me ocurre nada creativo”, “mis ideas siempre son las mismas”, “no sé cómo salirme de la caja” o “yo soy muy cuadriculado”.
He conocido muchas personas, equipos de trabajo en organizaciones grandes, pequeñas, públicas y privadas, he trabajado con emprendedores y en estas experiencias haciendo innovación y usando el pensamiento creativo, he observado diferentes estilos de pensamiento y la facilidad o dificultad con la que las personas abordan una situación, problema o reto.
Durante la experiencia de hacer sesiones de ideación, crear procesos de innovación y generar ideas geniales me ha surgido la pregunta:
¿Por qué para algunas personas es tan fácil pensar de manera original y creativa cuando para otros resulta difícil y hasta molesto?
La inteligencia creatividad es aquella capacidad cognitiva usada para resolver de manera diferente las situaciones, problemas, retos o para la creación de nuevas cosas, es decir, que recurrimos a la creatividad cuando la solución a algo no está en el repertorio comportamental o en la memoria y por tanto se debe recurrir a nuevas fórmulas. La capacidad creativa recurre a la imaginación, a la anticipación para prever la solución y sus posibles consecuencias o impacto.
Contrario, antagónico al pensamiento creativo, encontramos el pensamiento lógico que por años ha sido el centro de la educación tradicional, con este estilo se sigue fórmulas y patrones ya conocidos, como ya son conocidos tenemos la tendencia a repetirlos, porque nuestro cerebro se siente seguro, no hay riesgo de ningún tipo y no gasta más energía de la necesaria. Sin embargo, los nuevos retos del mundo contemporáneo requieren soluciones originales e impactantes, que incluyan también componentes emocionales. Las organizaciones ya no contratan solo por hacer las cosas bien, ahora les interesa que las hagamos diferentes.
Algunas variables que he observado y he leído que hacen que una persona despierte su estilo creativo más que otras personas son:
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A las personas que no se sienten tan creativas, les suele suceder que invalidan sus ideas, que las juzgan y prefieren callar por que las consideran poco originales, no se dan la oportunidad de expresar lo que piensan, pueden ser muy exigentes y considerar que deben crear algo mejor.
Es posible que las personas que se sienten poco creativas estén solucionando un problema aburrido, un problema que no les apasiona y del que posiblemente saben poco. O estén preocupados por el riesgo que pueden correr si sus proyectos no salen como se esperan y sienten temor o estrés. Una situación así puede hacer muy difícil la labor de pensar de creativamente.
Realizar cambios en nuestras practicas habituales, en nuestras costumbres, en la forma en que hacemos siempre las cosas, sea en casa, en nuestra oficina, nos ayuda a ser mucho más libres, fomenta la reflexión, promueve nuestra autoestima, nuestra actitud exploradora, y facilita la transformación hacia un estilo más creativo.
En el próximo artículo profundizaré en el cerebro creativo…
Paola Angel
Psicóloga especialista en gerencia en gestión humana y desarrollo organizacional. Coordinadora y consultora metodológica reconocida internacionalmente por sus aportes al desarrollo de la cultura de innovación en las organizaciones.
Dirige “cerebros”, institución que ha promovido el diseño de juegos que refuerzan las capacidades del cerebro. Autora del libro «Gimnasio cerebral».
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En la magnífica novela de fantasía Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, la Reina de corazones es un personaje que se ofende con mucha facilidad y cuando alguien la desobedece, pronuncia su conocida sentencia “¡Que le corten la cabeza!”.
Recuerdo la historia de una joven que tenía por costumbre cortar la cabeza del pescado que iba a freír en la sartén. No importaba si el pescado era grande o pequeño, a todos les cortaba la cabeza. Un día la joven le pregunta a su madre ¿Por qué siempre hemos cortado la cabeza de los pescados? La madre, quien le había enseñado esta práctica, nunca se lo había cuestionado y respondió “Lo aprendí de la abuela”.
Madre e hija un tanto curiosas por saber el origen de esta práctica, deciden preguntarle a la abuela. Con tono sereno ella responde “Hubo una época bastante pobre para nosotros, en casa sólo teníamos una pequeña sartén que usábamos para todo. El abuelo traía pescados que eran más grandes que la sartén y les cortaba la cabeza para que fuera más fácil prepararlos”. Sin embargo, ahora que lo pienso “Aun cuando pudimos comprar sartenes más grandes, seguimos con la costumbre de cortar la cabeza de los pescados”, afirmó la abuela.
Con similitud en nuestras vidas, cada uno de nosotros ha aprendido formas de hacer las cosas y de actuar frente a diversas situaciones. Son compartimientos aprendidos o heredados que incorporamos y con la repetición se convierten en hábitos y costumbres que se reflejan en nuestra forma de pensar, sentir y hacer las cosas.
Es un modelo, patrón o ejemplo que debe seguirse en determinada situación y que nosotros aceptamos sin ser cuestionado. Por tal motivo, se puede convertir en una regla intocable que nos limita a la hora de enfrentar el cambio o innovar y sin darnos cuenta caemos en la trampa de transitar por caminos y soluciones familiares. Podríamos afirmar que, ante esta situación, nuestra mente es un tanto perezosa porque tiende a escoger las rutas conocidas y se resiste a explorar nuevos caminos.
La mayor parte del tiempo y sin que seamos plenamente conscientes, nuestra mente va a tratar de convencernos de dejar las cosas como están. Nuevamente prevalece la resistencia al cambio. Además, nos limitamos pensando que, sí ha existido algo que ha funcionado, será difícil cambiar el patrón y optamos por lo que parece más cercano, familiar o ya conocido.
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Lo interesante acerca de esto, es que podemos usar un paradigma como posible fuente para la identificación de oportunidades de innovación. Es decir, podemos tomar como punto de partida un paradigma o creencia sobre el cual se basa una empresa (e incluso una persona), para retarlo y generar soluciones inesperadas.
El quid del asunto está en que podemos recurrir a la Reina de corazones, como una poderosa e interna voz que nos impulse a cortar con paradigmas o hábitos que durante mucho tiempo han limitado nuestro crecimiento, animándonos a cuestionarnos y proclamando enérgicamente como sentencia “¡Que le corten el paradigma!”.
La exploración de los paradigmas como estrategia para identificar oportunidades de innovación inicia con un breve listado, a manera de diagnóstico, de todos los factores o supuestos sobre los que funciona la empresa, los competidores e incluso el sector. Se trata momento de análisis clave para preguntar, indagar y revisar cuidadosamente hasta descubrir a qué cortarle la cabeza.
Incluso si estamos proponiendo o generando ideas, también podemos usar los paradigmas como un criterio de evaluación para la selección de ideas. Se trata de un filtro que puede aplicarse, planteando una sencilla pero potente pregunta: ¿Cuál es el paradigma que estamos retando con esta idea? Es muy probable que usted descubra que, aunque le guste una idea, ésta no es lo suficientemente potente o atractiva, pero ¿Por qué? ¡Porque en esencia, la idea no desafía, no reta, ni cuestiona un paradigma, un hábito o creencia!
Las oportunidades de innovación no se encuentran en las ideas, subyacen en el paradigma o creencia que se retan a través de ellas. Es un ejercicio que podemos repetir y repetir hasta forzar la mente a encontrar ideas que estén por fuera de las limitaciones de nuestro pensamiento.
De modo, que podríamos adoptar a la reina de corazones como la guía para retar paradigmas y no dejar que los programas mentales o creencias que le hacen valorar lo que ya ha funcionado, se ejecuten sin antes haber identificado un paradigma al cual cortarle la cabeza. ¡Larga vida a la reina!
Nelson Mora
Experto en innovación y emprendimiento
Diseñador Gráfico de la Universidad Nacional, especialista en Mercadeo Estratégico del CESA. Master en Gestión de la Innovación de la Universidad de Barcelona. Experiencia en metodologías de Design Thinking, Lean Launch Pad y programas orientados a la gestión, formación y promoción de la cultura del emprendimiento y la innovación.
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